Waste Land (2010)

diciembre 19, 2014


Calificación: 4.5/5
Director: Lucy Walker
Título original: Waste Land
Año: 2010
País: Brasil / UK
Género: Documental
Duración: 99 min.

Larga y bizantina es la discusión sobre si el arte sirve para algo práctico, si puede cambiar alguna cosa, si es trascendente o no. De ello han escrito los autores en euforia filosófica hasta nuestros días. Del mismo modo, extensas son las acusaciones y señalamientos del rol del "artista exitoso" en la sociedad, si su intervención es competente, necesaria o justificada. Digamos que Bono Vox es el epítome de aquella paradoja ya que, siendo realistas, Bono no ha cambiado nada salvo la vida de unos cuantos y su trascendencia radica en que su fama puede poner en el ojo público algunos asuntos, más que eso, no hay.

Aquello es algo que se debe tener en cuenta para ver este documental, precisa y correctamente filmado por Lucy Walker quien documenta la decisión del artista brasilero Vik Muniz de "intervenir" en un basural de Rio de Janeiro, el más grande de todos, el Jardim Gramacho, un submundo gobernado por los desperdicios y que funge como el reflejo del consumismo y la incansable tarea del ser humano de producir desperdicio, como en toda metrópolis. Muniz, originario de algún barrio pobre de Brasil, ha logrado destacar en el mundo el arte por mérito propio. Cuando se plantea la idea de hacer algo en alguna zona deprimida de Brasil no calculó la repercusión que ello podría tener en la gente que involucre tal empresa. Al menos el documental es honesto en este punto aunque para algunos suene a justificación o excusa idónea para que algún adinerado artista "utilice" a personas sin poder económico para retratarla, dibujarla, esculpirla, en fin, hacer "arte". Ese mismo dilema me recuerda al documental "War Photographer" (Christian Frei, 2001) en el cual el fotógrafo James Nachtwey cuestiona su vocación de retratar las miserias humanas sin poder intervenir en ellas y que a partir de éstas gane premios o reconocimiento. "La fotografía es un instrumento de denuncia", concluye. Similar —pero no el mismo dilema— es el que algunos pueden detectar en la iniciativa de Muniz.



Algo en lo que acierta el filme decididamente es en la mostración objetiva de los personajes que se van sumando a la empresa de Muniz, incrédulos en un primer momento y cada uno de ellos dueño de una biografía en la cual abundan las desgracias, el abandono, la pobreza extrema y la supervivencia en términos casi animales. El mismo Muniz es sorprendido por cada historia y decide por fin involucrar a unos cuantos en la elaboración de retratos gigantescos compuestos por los propios desechos que los recicladores buscan, a modo de inmensos collages que en detalle muestran las latas, tapitas, chapas, papel, cartón, etc.; y que —para ser honestos— logran transmitir el padecimiento, soledad o abandono de los personajes retratados. El plan, finalmente, es subastar las fotografías de los retratos y que ese dinero vuelva o retribuya el esfuerzo de los recicladores. Es cierto, hay un acercamiento a la mendicidad o paternalismo, pero en favor de Vik anotamos que el documental lo muestra honesto, creativo y bien intencionado en todo momento. Por supuesto al final el objetivo es cumplido pero la experiencia sirve también para poner en evidencia los aberrantes contrastes de nuestra sociedad: cómo un tipo puede gastar 25 mil dólares en un cuadro de Muniz (que al final es accesorio), que retrata a un ser humano que a duras penas (y metido hasta el cuello en mierda) gana 25 centavos de dólar por hora. Cosas de la sociedad moderna.

El documental es romántico, edulcorado pero potente visualmente. Es impactante en la mostración de la miseria urbana diaria, realidad de la que muchos, por no decir todos, hacemos de la vista gorda y preferimos no advertir. Paternalista o no, adinerado o no, la iniciativa de Muniz en este caso queda justificada y hasta cierto punto se siente loable, finalmente no es culpa de él que alguien pague 25 mil dólares por sus cuadros, es el capitalismo salvaje quien impone estas reglas y que Muniz utiliza para al menos hacer llegar algo de bienestar a unos cuantos escogidos del basural. El documental logra emocionar y es efectivo en adentrarnos en los dramas personales de los recicladores. No abusa del llanto o el melodrama, Muniz en ningún momento pontifica y el tratamiento cinematográfico del documental es sobrio, íntimo y crudo. Sírvase para enrostrarnos realidades a las cuales muchos somos ajenos pero que existen allí no más, en el botadero más cercano, y también, para ejemplificar que el Arte puede servir para algo echando mano de las herramientas que el propio capitalismo provee. No es lo mismo aventar dinero a los pobres que hacerlos participar de una iniciativa artística, y eso queda plasmado de buena manera es este producto de visión casi obligatoria.

—Fausto Dovogal


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